Huérfana España,
raíces y cimientos,
epidemias, cicatrices,
blasfemias y sacramentos,
¿por quién doblan las campanas?
San Fermín en vena,
la de Triana
contra la Macarena.

Releyendo a John Donne, me parece interesante rescatar algo que mencionó Jon ayer en clase. La idea de que el epígrafe que encabeza For Whom the Bell Tolls es una forma de justificación sofisticada que responde a la pregunta: «¿qué vine a hacer yo acá?». Esta guerra no le atañe de forma directa a Robert Jordan. Esta no es su guerra. Al menos no lo es de la misma forma en que lo era para los milicianos europeos —por mucho que le pesara a Cela, como nos hace saber en su epígrafe—. Orwell y Malraux tenían una razón si se quiere al menos egoísta para involucrarse en aquella guerra ajena: el peligro inminente del fascismo (cuya proximidad geográfica amenazaba con propagarse más allá de las fronteras naturales de la Península Ibérica, acechando la estabilidad proverbial de la campiña inglesa o de la tercera república francesa, la más extensa de la historia hasta la fecha) los eximía de justificarse. Hemingway, de quien Jordan es un trasunto más o menos evidente, un norteamericano que a primera vista ni pincha ni corta en el conflicto, recurre con Donne al tópico latino de que nada de lo humano nos es ajeno para explicarse y explicarnos por qué abandonó el tranquilo Midwest norteamericano para venir a meterse en este berenjenal. Si hay inocentes muriendo en alguna parte del mundo, parece decirnos, no puedo quedarme sin hacer nada con los brazos cruzados.

Pero como comentábamos en clase, Hemingway, a diferencia de Donne, sí se pregunta por quién doblan las campanas. Sí hace distinciones. Parafraseando a Orwell, podríamos decir que para esta novela nada de lo humano nos es ajeno pero algunos humanos nos son menos ajenos que otros. En este sentido, tal vez uno de los componentes que más me gustó de la novela es que habla desde el bando republicano sin por ello convertirse en una hagiografía de los vencidos, vicio en el que suelen incurrir muchos textos sobre la Guerra Civil española. Los republicanos de Hemingway, diametralmente opuestos a los de Sender, no son mártires cándidos. Pablo, a diferencia de Paco del Molino, es retratado desde la violencia, la brutalidad y la crueldad, particularmente en el capítulo 10 que narra la matanza liderada por él contra los fascistas del pueblo. Se nos dice que mató más gente que el cólera, el tifus y la peste negra juntos. El bueno de Paco del Molino, en cambio, es ejecutado sin haber matado nunca a nadie. Esto, como decía, es tal vez lo que más me gustó de la novela: estos republicanos no son santos, son humanos con agencia.

Por último, también querría destacar otra idea que mencionaba Jon ayer en clase: la de una traducción sin un original. Me hizo pensar en otra novela que aspiraba al mismo universalismo que observamos en Hemingway: la de Miguel de Cervantes, que presentó su Quijote como una traducción castellana de la prosa árabe de un historiador musulmán ficticio, Cide Hamete Benengeli. Hemingway, en este sentido, lleva este tópico de la falsa traducción a su raíz más drástica, modulando el lenguaje con los giros literales que enumeramos en clase, a mi entender, con el objetivo de desfamiliarizar la lectura para recordarnos todo el tiempo que no estamos a salvo en casa ni en otra novela sobre una guerra de un país remoto y exótico. Mañana cuando conversemos sobre la parte final de la novela me gustaría preguntarles si creen que su estrategia funciona.